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La Elaboración Refinada de los cuerpos Espirituales
Después de revelar al hermoso ángel las leyes de Su gobierno, el Eterno le confió una misión de gran responsabilidad: sería el protector de aquellas leyes, debiéndolas honrar y dándolas a conocer a los prontos habitantes del Universo Celestial. Con el corazón rebosante de amor a Dios y a los ulteriores seres que habrían de ser creados con cuerpos refinados espiritualmente como el, por ahora a le correspondería ser un modelo de perfección: sería Lucifer, el portador de la luz. El príncipe de los ángeles; agradecido por todo, se postró ante el amoroso Rey, prometiéndole eterna fidelidad. El Eterno continuó Su obra de creación, trayendo a la existencia a innumerables huestes de ángeles, los que habrían de ser renombrados como ministros del reino de la luz.
La Ciudad Santa fue poblada por esas criaturas radiantes que, felices y agradecidas, unían las voces en bellísimos cánticos de agradecimiento a sus creadores. Dios traía ahora a la existencia un Universo que repleto de vida, giraría entorno de su trono Eurasia afirmado en Sion.
Acompañado por Sus ministros, volvió al escenario donde se hallaban sus creaciones. Después de haberlas contemplado. El Eterno levantó su poderosa mano derecha y con la Vara de Ornamenta dijo a la materia que se ordenara en la elementalizacion de las multiformes maravillas que habrían de componer el Cosmos.
Su orden en verbociente dictamen, cual trueno, repercutió por todas partes, haciendo surgir, como por encanto, galaxias sin número, repletas de mundos y soles, todo girando armoniosamente entorno del Reino Celestial que él había confortado. Al presenciar tan grande hecho del supremo Rey, todo el Universo se unió en promesa de la eterna fidelidad al Creador. Guiados por el Eterno, los ángeles comenzaron a conocer las riquezas y maravillas del Universo. En esa excursión sideral, estaban admirados ante la inmensidad de las mansiones reinadas en luz.
Por todas partes encontraban mundos habitados por criaturas felices que los recibían con júbilo. Los ángeles nos saludaban con cánticos y bailes que hablaban de las buenas nuevas de aquel reino de paz preparado para todos ellos.
Tan preciada como la vida, la libertad de escoger, a través de la cual las criaturas podrían demostrar su amor al Creador, exigía una prueba de fidelidad. Con el propósito de revelarlo, el Eterno condujo a las huestes hacia una plataforma con un gran remarco de gran inmensidad que limitaba con el caminoratico escabel de sus pies, que, al traspasar por él, le cubriría sobre todo su espíritu un llamado velo del olvido, ellos serían adormecidos en esa ocasión para que su cuerpo descendiera al lugar de las moradas probatorias de Idumea.
El Creador, que a cada paso revelaba a los ángeles los misterios de su reino, estaba allí silencioso, como guardando para sí un secreto. Había un portal en su esfera de creación que guiaba a la plataforma de un abismo de tinieblas. Para evitar las tinieblas de aquel abismo consistían en los resultados de una prueba de fidelidad y amor, era lo que el eterno decía a sí mismo en su propia sabiduría. Volteándose hacia las huestes, el Eterno solemnemente afirmó: "Todos los tesoros de la luz estarán abiertos a vuestro conocimiento, menos los secretos ocultos por las tinieblas de este abismo. Sois libres para servirme o no, amando la luz estaréis ligados a la Fuente de Vida Eterna".
Con estas palabras, hizo Dios separación entre la luz y las tinieblas, el bien y el mal. Los habitantes de cuerpos espirituales del Universo Celestial eran libres para escoger su destino por sí mismos.
El tan esperado sueño del Creador se concretizaba ahora, como Padre cariñoso, que conducía a las criaturas a través de una eternidad de armonía y paz. En virtud del cumplimiento de las leyes divinas, el Universo se expandía en felicidad y gloria. Había un fuerte celo de amor, que a todos unía fuertemente. Los seres racionales, dotados de la capacidad de un desenvolvimiento infinito, encontraban indescriptible placer en aprender los inagotables tesoros de La Sabiduría divina, transmitiéndolos a los semejantes según su grado de aprendizaje.
En la Ciudad de paz, Los Ministros Disódicos del reino se reunían ante el soberano Rey, siempre prontos a cumplir con sus propósitos que fueron asignados por El Eterno. Era a través de Lucifer que el Eterno ponía de manifiesto sus designios. Después de recibir una nueva revelación, él prontamente la transmitía a todos los seres que habitaban en su esfera de creación, en célebre todos los ángeles se reunieron en un concilio en donde se convocó una gran asamblea que reunían a los representantes de los demás mundos.
En muchas de esas asambleas, Lucifer se hacía presente, llenando a los participantes de alegría y de admiración. Perfecto en todas las virtudes, él los cautivaba con su simpatía. Ningún otro ángel conseguía revelar como él los misterios del amor que tenían los Eternos hacia sus creaciones.
La obediencia a las leyes divinas era el fundamento de todo progreso y felicidad. Aunque conscientes del albedrío moral, jamás había subido al corazón de ninguna criatura el deseo de apartarse del Creador. Así fue por mucho tiempo, hasta que tal problema irrumpió en la vida de aquél que era el más íntimo del Eterno. Lucifer, que había dedicado su vida al conocimiento de los misterios de la luz, se sintió poco a poco atraído por el portal que guiaba a un abismo de tinieblas, que ostentaba en el corazón de quien ponía su ojo en él al hallarse en la presencia de su creador.
El Rey del Universo, a los ojos de quien nada puede ser encubierto, acompañó a Lucifer con tristeza a dar sus primeros pasos hacia la cercanía del Portal, que sin tocarlo le dijo que llevaría a cualquier ser que el creo a la segunda muerte. Al principio, una pequeña curiosidad llevó a Lucifer a aproximarse a mirar ese portal espejoratico, que mostraba un ostentador abismo profundo que no pidió dejar de olvidar. Contemplándolo, comenzó él a indagar el porqué de no poder comprender su enigma. Pensando que El Eterno le ocultaba algo que la tenía que aprender para poder progresar aún más y ser como él. Regresando a su lugar de honra, junto al trono de Eurasia, se inclinó cordialmente ante el divino Rey, suplicándole: “Padre, dame a conocer los secretos de las tinieblas, así como me revelas la luz”. Ante la petición del hermoso ángel, el Eterno, con voz expresiva de tristeza, le dijo: “Hijo mío, tú fuiste creado para la luz, que es vida”. Convenciéndose de que el Creador no le revelaría los tesoros de las tinieblas, Lucifer decidió comprender por sí mismo el enigma. Se Juzgaba el mismo capacitado para tanto que le era imposible no aceptar que había algo que no pidió conocer. Con esta triste decisión, el príncipe de los ángeles permitió que surgiese en su corazón una mancha de un sentimiento no experimentado por ninguno de ellos llamado pecado, que según lo que se sabía podría traer una catástrofe para la gran esfera Creadicional de los Universos y sus orbitas.
Sólo Dios sabía lo que pasaba en el corazón de Lucifer. El ángel, que había sido creado para ser el portador de la luz, estaba divorciándose en pensamientos del bondadoso Creador que, en un esfuerzo de impedir el desastre, le rogaba permanecer a Su lado.
Una tremenda lucha comenzó a aumentarse en su interior. El deseo de conocer el sentido de las tinieblas era inmenso, con todo, los ruegos de aquél amoroso Padre, a quién no quería también perder, lo torturaban mentalmente. Lucifer viendo el sufrimiento que su actitud causaba al Creador, a veces demostraba arrepentimiento, pero volvía a caer.