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2_Grupo_de_Frederick_Landford_-_Ozmìcari

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Coronamiento de los Dioses de Ebisfema

 

       A los ojos de todas las criaturas racionales, El Eterno condujo a la joven pareja al monte de los puros de corazón, lugar del trono divino. Allí, ante el estremecimiento de los Dandertales enmudecidos, el Creador, en un gesto sorprendente, cubrió a Adán con “El Manto Real de la Proclimision”, después de eso le coloco sobre su cabeza “La Corona de Ebisfema” que había sido codiciada por Lucifer. Movidos por profunda gratitud por la suprema honra conferida, Adán y Eva se postraron reverentes, colocando a los pies del Creador su corona preciosa, en señal de sumisión.

       Entonces El Eterno, tomando a todas las jerarquías de los Dandertales, a que vinieran y se postraran ante él, porque ciertamente el habría de ser el Príncipe de todas las naciones, pero uno que se llamaba Iblís se negó a hacerlo, y los Eternos al ver eso le dijeron a Adán: - “¡Oh, Adán! En verdad, este es un enemigo tuyo y de tu esposa: no dejéis que él os expulse del jardín y te haga desgraciado.

       Pero Satán apareció ante él y le susurró, diciendo: “¡Oh Adán! ¿Quieres que te indique el árbol de la vida eterna, y [por medio de él] un dominio que no se extingue?”

       Pero El Eterno le dijo de inmediato: - ¡Oh Adán!, no hagas caso a las palabras de Satanás, vivid tú y tu mujer en este jardín, y comed de lo que queráis; pero no os acerquéis a este árbol pues seríais malhechores

       Entonces el Eterno le pregunto a Iblis, que era un Dandertal, porque no quería postrarse ante su futuro Padre en la carne, y el respondió: - “¿Por qué habría de postrarme ante quien has creado del barro?”

Luego que Adán hubo escuchado tal ofensa que lo desconsoló, recibió palabras [de guía] de su Sustentador, diciendo que a tales no se le permitiría tampoco obtener un cuerpo, sino solo los que aceptan con humildad el arrepentimiento, sin ser obligados a ser obedientes. En Cambio, a mi amada creación Iblis, en quien apoyaba toda la verdad, se convirtió en un ser sublemista, que se negó y mostrando arrogancia, se convirtió en uno de los que niegan la verdad y la justica.

       Entonces Iblis se fue junto con lucifer, y todos quedaron dolidos por ver que el orgullo lo condujo a su perdición, pero el Eterno en un gesto de Victoria guardando sus lágrimas por el suceso, sacudió de emoción toda la creación, haciendo que todos los hijos de la luz, sintiera que ellos son los valientes que han de ganar,  

       Los hijos de la luz, que por tanto tiempo habían sufrido afrentas y humillaciones ante las constantes acusaciones e ideologías filosóficas de las huestes rebeldes, exaltaron en retumbante alabanza al Eterno, que en Su obra de justicia desmintió a los enemigos, revelando Su carácter de humildad, desprendimiento y amor. Teniendo constituido al hombre como el señor de toda la creación, el Eterno, con voz solemne, comenzó a concientizarlo de la grandiosidad de su misión. Como un mayordomo fiel, debería cuidar del paraíso, manteniendo limpia la fuente del río de la vida. Las leyes de la justicia y del amor, fundamentos del reino de la luz, deberían ser honradas por ellos.

       Como un cetro racional, le correspondería al hombre, en un gesto de reconocimiento y gratitud, aceptar libremente el gobierno de Aquél que lo creó. Los Dandertales maravillados atestiguaban la revelación del desprendimiento divino, comprendieron que el Señor de la Luz no gobernaría en la tierra de Idumea, a no ser con el consentimiento de Adán, o de quienes se le confirió “El Manto Real de la Proclimision”. El hombre, por la voluntad del Eterno, fue hecho el árbitro de la creación; en su glorioso ser, hecho a imagen del Creador, resplandecía el sello de su frente y el dominio eterno en su mano, a ser “La Espada de Lancelot y el Escudo Feloniano”.

       Después de revelar a la pareja la infinita honra y responsabilidad de su misión, el Creador los concientizó del conflicto espiritual que se trababa por la conquista del dominio Idumeaico. Lucifer, que por incontables veces había servido al Eterno, se había corrompido por el orgullo y por el egoísmo, siendo seguido por un tercio de las huestes racionales; nombradas por el como Sublemantes o sublemistas, ellos buscaban la forma constante de destronar al Eterno deshonrándolo con viles acusaciones.

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